por Pascal Jacob
Cuando se levantó el telón del Teatro Cirque Olympique, el jueves 21 de abril de 1831, las expectativas eran inmensas: por primera vez, se presentaban “animales feroces” frente a un público admirativo en un contexto distinto al de los zoológicos sombríos y tiznados de humo. Estos se convirtieron en compañeros de actuación, por no decir en “actores”, junto a comediantes cautelosos y al domador omnipresente.
La trama de Lions de Mysore era sólo un pretexto: según la portada de la obra, “esta fue arreglada para colocar adecuadamente a los animales adiestrados por M. Martin”. El tema de la obra era sencillo, pero sin embargo intrigante. Las fieras del primer domador en la historia moderna aparecían solo en el segundo acto, pero la reacción de los espectadores confirmó a los promotores del espectáculo que había allí una veta interesante para explotar. La coherencia zoológica estaba seriamente socavada por la presencia de dos llamas y un canguro, pero aún no eran épocas para respetar la exactitud de los hechos y la novedad del género seducía por su exotismo bonachón y especialmente por la presencia muy real de fieras de carne, garras y hueso.
Lions de Mysore abrió la vía a un tipo singular de espectáculo, la pantomima exótica, una forma teatral que tomó el lugar de las reconstituciones militares a la gloria del Imperio que solían ser presentadas en las veladas del Cirque Olympique hasta la caída de Napoleón 1o. Si bien diez años antes, L’Elephant du Roi de Siam, una obra en tres actos y nueve partes se estrenó el 4 de julio de 1829, permitió integrar a Mademoiselle Djeck, el elefante asiático del Sr. Huguet para una escena obviamente espectacular, la presencia del paquidermo presagiaba sobre todo las pantomimas exóticas futuras con un número cada vez mayor de fieras.
Martin era un domador habilidoso, pero Van Amburgh y Carter, respectivamente ciudadanos estadounidense y británico, capitalizaron con sus diferentes personalidades el éxito de las exhibiciones del domador francés. Van Amburgh llegó desde Londres donde triunfó con la pantomima Charlemagne y se instaló en el teatro de la Porte Saint-Martin con toda su casa de fieras. En un intento de mantener el interés del público, La Fille de L’Emir se presentaría después de un vodevil, pero el público, entusiasmado por los rugidos y el olor de las fieras retenidas en bastidores, invectivó a los actores para que estos abandonaran el escenario antes de que concluyera la obra con una lluvia de trozos de manzanas y carozos de frutas mientras que la multitud gritaba “¡Fieras! ¡Las fieras!”. Cuando el telón finalmente se levantó dejando a Van Amburgh a la vista de todos, un silencio a la vez temeroso y respetuoso reemplazó a los gritos: el domador encarnaba un personaje, pero fue la presencia de un cordero a su lado lo que fascinó al público. En Londres, para las necesidades de la trama ingresó en la jaula con una niña: en París, ¡fue un pequeño maniquí de madera y tela que cumplió esa función, pero las fieras eran muy reales! El triunfo estuvo a la altura de las expectativas: el escritor y columnista Théophile Gautier lo convirtió en un folletín muy solicitado sin escatimar en superlativos y alusiones: “Nunca la entrada de Talma, ni siquiera la de Hamlet, cuando llegaba andando hacia atrás, perseguido por la sombra de su padre, produjo tanto efecto como la de Van Amburgh, la angustia apretaba todos los pechos, la sangre fluía en todos los corazones”.
( leer el artículo completo en francés)
El 1 de octubre de 1839, James Carter subió al escenario del Cirque Olympique para interpretar al beduino Abdallah en Le Lion du Désert, una obra en la que se enfrentaba con un tigre, un león y un leopardo en contrapunto a una trama muy pobre, pero en la que los autores tomaron la precaución sin embargo de cortarle la lengua ...¡ ya que no hablaba ni una sola palabra de francés! Carter no era menos hábil que Martin o Van Amburgh, pero el público comenzaba a acostumbrarse a estas exhibiciones algo forzadas y los críticos se divertían con la docilidad de las fieras: al llamarlas feroces, Buffon parecía obviamente haberse equivocado ya que con Carter, narraba, “un enorme tigre y un león colosal toleran el trato que no soportaría el gato más domestico y el caniche mejor amaestrado”. ( leer la crítica de Théophile Gautier en francés)
La popularidad de estas creaciones exageradas, donde solo los animales garantizaban el éxito, rápidamente pasó de moda. En 1891, en un intento de reconectar con el espíritu de estos sucesivos cuadros vivientes, la cuarta represa de Nerón en el Hippodrome de l’Alma, con música de Edouard Lalo, se impuso como un fresco espectacular en el que los animales salvajes eran convocados para una secuencia aterradora. Los leones, rugiendo, se arrancaban maniquíes confeccionados con trozos de carne, creando a la luz de las antorchas imágenes impactantes, pero a pesar de esta reconstitución sangrienta, contrapunto brutal de otras secuencias más evocadoras de la grandeza romana, el fervor del público francés ya no era el mismo...
En adelante, las fieras se bastarían a si mismas y gradualmente formarían un número sencillo integrado en un espectáculo donde coexistirían jinetes, acróbatas y payasos. En Alemania, sin embargo, la pantomima prosiguió con su éxito y las compañías de los Circos Renz o Busch mantuvieron esa tradición de fresco animado, integrando ocasionalmente a las criaturas más exóticas de sus casas de fieras. El 13 de mayo de 1900, la creación de Vercingétorix en la arena del Hipódromo de París, con un libreto de Victorin Jasset y una composición musical de Justin Clerice escenificaba la reconstitución de un Triunfo como apetecían los romanos, con 850 extras, príncipes africanos, las fieras del domador Richard List, elefantes, perros de combate... Manuel Orazi creó suntuosos carteles para lo que era anunciado como el último “fresco animado” del género: el cine pronto tomaría el relevo con medios y recursos espectaculares sin comparación con estas maquinarias teatrales...
Sin embargo, hasta la década de 1920, los estadounidenses crearon impresionantes extravagancias en las que, a la manera de Salomón y la Reina de Saba, sus colecciones de animales exóticos fueron ampliamente utilizadas.
El 13 de octubre de 1933, tuvo lugar en el Cirque d'Hiver dirigido entonces por Gaston Desprez, la única actuación de la pantomima Tarzan le maître de la Jungle, una pantomima cuyos decorados y trajes fueron alquilados al circo alemán Busch. Por cuestiones de derechos no pagados y para evitar demandas por parte de los titulares de los derechos de autor de Edgar Rice Burroughs, Tarzán fue reemplazado rápidamente por Les Fratellini en Afrique, un bosquejo rápidamente dirigido por el joven director Géo Sandry, llamado al rescate por Desprez. En 1934, los hermanos Bouglione tomaron la dirección del Cirque d'Hiver. Con Géo Sandry, el hombre providencial que puso en escena la mayoría de estas espectaculares composiciones, desarrollando un nuevo género, comparado con óperas circenses o como una peculiar variación basada en las operetas a gran escala que triunfaban en algunos teatros.
La Perle du Bengale, creada en 1935, presentada durante varios meses en París y en giras, en cartelera varias veces hasta los años 1950, fue sin lugar a dudas, el mayor éxito de la nueva gestión del Cirque d'Hiver. En 2011, durante los espectáculos creados para la temporada navideña, La Perle du Bengale fue retomada bajo la forma de una larga secuencia del programa elaborado por la familia Bouglione, presentado en una gran sala en Le Bourget. La pantomima original fue reencarnada en un número cuyos decorados, trajes y múltiples animales presentados eran una evocación de los esplendores pasados de la producción original.