por Pascal Jacob
Saltar, lanzarse, rebotar: la energía condensada para que un cuerpo pueda elevarse del suelo es fascinante. Y anhelada. Ser capaz de atravesar el abismo, de vencer el vacío, es una obsesión sumamente humana. Las primeras tentativas fueron mitológicas y mágicas. Las botas de siete leguas aparecieron por primera vez en el cuento de Charles Perrault (1628-1703), La Belle au Bois Dormant y se volvieron muy populares con la historia del Petit Poucet, un cuento fantástico del mismo autor donde desempeñan un papel mucho más central. Estas botas mágicas le permiten a aquel que las calce cruzar de un salto largas distancias: se inscriben en una filiación mitológica con las Sandalias de Perseo, las sandalias aladas de Mercurio o los zapatos de Loki, dios de la discordia para los Nórdicos.
La idea de elevarse, en particular por encima de las paredes, fue un primer incentivo para cuestionar el principio de propulsión: la utilización de un tronco de árbol fino, suficientemente flexible para permitir un efecto de rebote por ejemplo de un abedul, fue el preludio de la creación de la barra rusa. Un juego popular en Rusia, practicado con motivo de las fiestas populares y que poco a poco se transformó en una disciplina original rápidamente adoptada por el circo y desarrollada de manera acrobática y tecnológica. Las primeras compañías de barra rusa fueron fieles al espíritu de origen, y realizaban sus ejercicios sobre un simple cilindro de madera flexible. Más allá del material, la estrechez del soporte es lo que torna la actuación espectacular y acróbatas como los Chemchour deslumbraron al público volando sobre simples barras llevadas al hombro por socios experimentados. Progresivamente, para aumentar el nivel de complejidad de las figuras, las barras fueron ampliándose, ganaron en flexibilidad con la utilización, en particular, de la fibra de vidrio y permitieron realizar cada vez más saltos mortales. Una barra rusa actual puede propulsar a un acróbata a más de ocho metros de altura… Esta energía de rebote, se encontraba también en la práctica muy antigua de la cuerda dinámica, una técnica ampliamente desarrollada en Colombia que se asemejaba a un juego de calle y que de a poco se transformó en técnica acrobática. El especialista en blondin José Henry Caycedo, formado en la Academia Fratellini, presentó esta forma rara para Occidente con motivo del 29e Festival Mondial du Cirque de Demain, una disciplina cercana a la técnica slackline, danza de cuerda contemporánea practicada libremente a partir de una simple cinta plana colgada entre dos árboles.
Orígenes y referencias
Los orígenes de la propulsión son claros: elevarse hacia el cielo, volar, intentar acercarse a los pájaros, al sol y a Ícaro, fue una tentación común a todo los pueblos. El Nalukataq es la gran fiesta de primavera de los Inuit del Norte de Alaska para celebrar el regreso de los balleneros. Se caracteriza por una gran abundancia de comida y por un juego tradicional que consiste en sujetar una manta fabricada a partir de pieles de morsas cosidas, de forma circular o cuadrada, tendida sobre una estructura de madera y manejada por los hombres y las mujeres de la comunidad para propulsar bailarines y voluntarios por los aires. Una práctica ancestral que recuerda el cartón preparatorio de un tapiz de Francisco Goya realizado en 1791-1792, El Pelele, un muñeco propulsado sobre un paño tendido por un grupo de cuatro jóvenes mujeres, elegantemente vestidas. La utilización de una superficie vuelta flexible por la tensión ejercida sobre sus bordes, fue el preludio de la invención del trampolín, un aparato que se inspiró tanto en el principio de propulsión del trampolín como en una piel de animal o en una simple tela tendida sobre un marco. El material no es elástico en sí, sino que los resortes que lo sujetan al marco son los que desarrollan la energía necesaria para crear un efecto de distorsión de la forma de origen.
El 14 de febrero de 1843, un tal Henderson, jinete y acróbata que actuó en el Pablo’s Fanque Circus Royal, podría haber sido uno de los primeros acróbatas en trampolín identificado sobre una pista de circo, incluso si pareciera más bien tratarse de una batuda más que de un verdadero trampolín. En 1887 el norteamericano Thomas F. Browder creó la “red de rescate”, una tela circular y opaca tendida sobre un aro de metal, utilizada por los bomberos para recoger a las víctimas que no tenían a veces otra elección que arrojarse por una ventana o desde un tejado para escapar de las emanaciones tóxicas.
La leyenda del circo acredita a un determinado Señor del Trampolín, un artista que habría tenido la idea de aprovechar el rebote natural de la red de protección utilizada por los trapecistas para desarrollar un número inédito inspirado por la elasticidad del material. George Nissen y Larry Griswold, dos gimnastas también inspirados por la flexibilidad de la misma red de seguridad, inventaron en 1936 el trampolín, un aparato con una bonita carrera en el ámbito del deporte y más episódicamente en el de entretenimiento. Ray Dondy, un acróbata popular en los años 1970, construyó su renombre en base a un personaje de bañista maltratado por su cama elástica con referencia a una piscina en este caso. En los años 1990, los Blue Brothers, campeones de trampolín, crearon un número muy dinámico basado en un dominio técnico excepcional.
Cada vez más lejos…
Lanzarse, ganar velocidad, tomar apoyo sobre un “cojín” o un pequeño trampolín para saltar sobre un caballo lanzado al galope era una práctica corriente en el siglo XIX. Esta idea de propulsión simple para apoyar el esfuerzo del jinete fue similar a la técnica desarrollada por Archangelo Tuccaro en sus Trois Dialogues dans l’Art de Sauter et de Voltiger en l’Air, publicados en París en 1599. Describía e ilustraba a este pequeño trampolín que permitía lanzarse y volar con facilidad y cruzar amplios aros sujetados a igual distancia por una decena de personas. Este registro de salto cobraría sentido con la batuda, un trampolín largo de varios metros de longitud instalado entre las paredes del apeadero y que se extendía hasta las bambalinas para permitirle a los acróbatas tomar un verdadero impulso y lanzarse sobre la pista realizando una serie de saltos cada vez más complejos. El salto a la batuda, del italiano battuta, participio pasado femenino sustantivado del verbo battere “pegar” y que significa “la señal de salida de la pelota o del balón” así como la superficie de polvo de ladrillo desde donde el jugador da la señal, estuvo muy en boga en el siglo XIX. Era un bonito pretexto para organizar concursos de saltos diarios en los cuales los acróbatas competían con virtuosismo y multiplicaban los obstáculos para adquirir una recompensa simbólica y beneficiar de algunas líneas en la prensa local.
Se movilizaba a veces un grupo de soldados, armados para la guerra, bayoneta al cañón, para constituir una defensa humana colocada en el ángulo de la batuda y que el acróbata cruzaba de un salto mientras que los fusiles entrecruzados disparaban un tiro de salva, llenando el circo de ruido y humo. Juan-Bautista Auriol, acróbata excepcional, se especializó en este tipo de saltos, inmortalizados por el pintor e ilustrador Victor Adam. En otras partes, se alineaban caballos o camellos mientras que en los Estados Unidos se utilizaban elefantes para crear una muralla efímera, móvil y gris. En 2006, la Académie Fratellini creó un número de gran batuda dándole una inclinación particular al aparato, inscripto en la inclinación de las gradas. Figurando en el programa del circo Knie en Suiza, el número presentado con motivo del 27e Festival mondial du cirque de demain permitió comprender mejor el impacto que estos ejercicios acrobáticos podían tener sobre el público, llevado por la energía y la potencia de los acróbatas. El principio de propulsión, amplificación mecánica de la aptitud humana para saltar, se nutrió tanto de la guerra como del entretenimiento: en 2008, Laurent Gachet concibió Dédale, un espectáculo singular elaborado a partir del mito del Laberinto y para el cual creó una secuencia vertiginosa en donde los acróbatas eran propulsados por un ariete gigantesco sujetado a una torre de nueve metros de alto…
Entre juego y combate, los saltos se inscriben en una dualidad espectacular